sábado, 4 de enero de 2014

La Cleptocracia

Según versiones antiguas y modernas, el diablo emplea una táctica para atraer víctimas: darles poder y hacerles creer que son importantes.“Seréis como dioses” prometió la serpiente.

Los dioses son especiales. Tienen algo único. Son superiores a los mortales. Se merecen más. Más poder, más cosas, más dinero, más bienes, más reconocimiento, más elogios, más favoritismos y exenciones. Más de todo. Más justicia impartida por ellos mismos segun su criterio, incluso.

No son iguales a los otros, son más, porque se consideran mejores.




La característica común de estos autoendiosados es la de creerse especiales, ignorar límites, cometer excesos, pretender controlar a otros. Es un rasgo común el apropiarse hasta de la vida ajena;  del dinero ajeno, de los destinos ajenos. Pero siempre al final estos dioses se caen de sus torres y se ven reducidos a su poco divina condición de mortales.

En la mitología wagneriana los trágicos dioses llegan a su crepuscular Panteón, mas en la mitología sudamericana los derrota su desubicación histórica, su inadmisible autoritarismo, su demagógica palabrería… 
Cada uno de estos abusivos portan máscaras, actúan un personaje. La máscara denota el personaje en el teatro griego; sin ella, el devaluado actor desencapuchado muestra su íntima sustancia de mortal común.

Pero cuando estos personajes son abandonados por el favor popular, ¿qué se hace con el dinero robado en sus tiempos de endiosados?

Estos 'especiales' se creen inmortales y diferentes. Sí… mientras no aparezca patéticamente la ineluctable verdad.
Estamos esperando que se derrumbe la prepotencia de la guerrera y aparezca una mujer sola, asustada, descobijada de la parafernalia que adornaba su ego y la hacía sentirse invulnerable; “una abuelita desconcertada, confusa e incierta”.

Cuando desaparezca de un tajo el poder y el derecho al dinero ilimitado para comprar voluntades y chantajes, para calzar y vestir el cuerpo, para adornarlo con hojalatería.
Cuando aparezca en la rejilla una guerrera que perdió la guerra; una mujer ordinaria que habla bajo y no reta a nadie; enferma, además.
No pediremos su sangre sino que se le aplique la ley; toda la ley. No nos cuadra el ánimo de venganza y desquite, si bien sea explicable la indignación contra los criminales y los ladrones, corruptos y mentirosos. La justicia no impide la piedad, la compasión y la empatía. La sed de justicia nada tiene que ver con el ánimo sádico y vengativo de quién exige la ruina de una mujer corrupta, ineficaz, ignorante, arrogante, que usó su poder para mantenernos en el más ocioso tercermundismo, para perjuicio de varias generaciones de niños y de jóvenes y a merced de las bandas delictivas de todo pelaje.

El país espera un presidente que sea Justo, especialmente contra los políticos y sus numeroso secuaces, que se creyeron dioses.

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